jueves, 2 de junio de 2016

Comimos en silencio de modo tal que el choque de los cubiertos con el plato fue la orquesta que celebraba lo exquisito de las viandas,
el primer bocado se hizo con mucha lentitud y así eyacularon todos los sabores,
la rucula abarcó toda mi boca, las almendras se destrozaban armoniosamente y se regaban por todo el espacio,
con el postre me enamoré de la pitahaya...
 
y en todo ese recorrido culinario me vi bendita por estar en esta tierra,
me maravillé hasta mi último espacio infinito de la tierra,
¡que grande, que sabia, que Hermosa,
creadora, que perfecta, que escuela!

¡Gracias, gracias, infinitas gracias!

ACO/Septiembre 2015.

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